Una novela que plasma todo el sabor, el humor y el encanto de la vida bahiana. Repentinamente viuda a los treinta años, Doña Flor, siempre desgarrada entre la voluntad y el instinto, se casa en segundas nupcias con Teodoro, el metódico y pudoroso farmacéutico de Bahía, con quien pretende estabilizar su vida. Pero, para su sorpresa, pronto se verá requerida de nuevo por su primer marido, el incorregible Vadinho, un sensual, holgazán y juerguista calavera que volverá del más allá con sus capacidades amatorias intactas, dispuesto a poner a prueba la relación de la ejemplar pareja.
¡Qué diferencia con Vadinho...! El era como una avalancha incontenible que la arrastraba, dominándola, y decidiendo su destino.
Con un grito salido del hondo de las entrañas, se echó sobre vadinho, besándole los cabellos, el rostro pintado de carmín, los ojos abiertos, el atrevido bigote, la boca muerta, para siempre muerta.
Ahí yacía, desnudo, cómo le gustaba estar en la cama, la pelusa dorada cubriéndole los brazos y las piernas, la mata de pelo rubio en el pecho, la cicatriz del navajazo en el hombro izquierdo. ¡Tan bello y masculino tan sabio en el placer!
No solo la desvestida íntegramente sino que, pareciéndole poco todavía eso, la palpaba y jugaba con todas las partes de su cuerpo, de curvas amplias y recovecos profundos donde se cruzaban la sombra y la luz en un juego misterioso.
Doña Flor intentaba cubrirse, pero él le arrancaba la sabana entre risas y dejaba al aire mos duros senos, las hermosas nalgas, el pubis casi sin vello. La tomaba como un juguete; un juguete o un cerrado capullo de rosa que él hacía abrirse en cada noche de placer.
Y qué mujer resistía la labia de vadinho Donde flor seguía la mirada de Ieda, descubría los trémulos pucheritos de moza. No cabía duda, ¡ay! Vadinho era incorregible.