'Nadie debería escribir después de los setenta y cinco años', había dicho un amigo. A los setenta y siete, bloqueado como escritor, Theodor Kallifatides toma la difícil decisión de vender el estudio de Estocolmo, donde trabajó diligentemente durante décadas, y retirarse. Incapaz de escribir y, sin embargo, incapaz de no escribir, viaja a su Grecia natal con la esperanza de redescubrir la fluidez perdida del lenguaje. En este bellísimo texto, Kallifatides explora la relación entre una vida con sentido y un trabajo con sentido, y cómo reconciliarse con el envejecimiento. Pero también se ocupa de las tendencias preocupantes en la Europa contemporánea, desde la intolerancia religiosa y los prejuicios contra los inmigrantes hasta la crisis de la vivienda y su tristeza por el maltratado estado de su amada Grecia. Kallifatides ofrece una meditación profunda, sensible y cautivadora sobre la escritura y el lugar de cada uno de nosotros en un mundo cambiante.
Todo un descubrimiento para mi. Escribe desde la ternura y sensibilidad dando como resultado una prosa llena de belleza. Para leer más de Theodor kallifatides, sin dudarlo “Se había declarado una guerra contra estos seres humanos y yo no me había dado cuenta. Los pobres habían dejado de ser personas, para convertirse en un problema. Lo mismo hizo el nazismo con los judíos, los comunistas, los homosexuales, los gitanos y muchos otros. En otro tiempo pensaba que cada persona ha de ser responsable de su vida. Eso exigía de mí mismo y de los demás. Me asombraba de que hubiese personas que se permitieran caer tan bajo. Estaba equivocado y ahora lo veía. Pedía responsabilidades de alguien que se ahogaba porque no sabía nadar, en vez de condenar a quienes podían ayudarlo y no lo hacían. Y uno de ellos era yo.”
La emigración es una especie de suicidio parcial. No mueres, pero muchas cosas mueren dentro de ti»,
Y este libro, el primero que escribo directamente en griego después de cincuenta años, es mi agradecimiento tardío para ellos, que me devolvieron a mi lengua, la única patria que todavía me queda y la única que no me heriria ".
Regla número uno: Al extranjero siempre se le ofrece alguna cosa . Unos higos, un vaso de agua, un racimo de uvas, algo que lo refresque. Se me ocurrió pensar que eso era la dulzura de la vida en Grecia. Una mano que da."
Había encontrado a Grecia en Gotland. Tenia la misma luz y la misma oscuridad, los mismos pinos ladeados, la misma roca caliza y arenisca".