Parodia de la violencia que afectó a Medellín, durante el auge y caída del cartel dirigido por Pablo Escobar. En el resquebrajamiento de una sociedad que ha cortado con sus valores y su pasado, en que los asesinos contratados o sicarios son niños, y en que la impunidad es la norma y la violencia el aire que se respira, por las atestadas calles de Medellín, entre una multitud maldiciente de desempleados y mendigos, de ladrones y atracadores, vendedores ambulantes y fumadores de basuco, van el narrador loco o lúcido y su amante, un adolescente asesino, tratando de ponerle remedio por las malas a lo que no lo tiene. Cuando ya no queda sino rezar y rociar con agua bendita las balas, la iglesita perdida de María Auxiliadora en el pueblo de Sabaneta se vuelve un santuario de peregrinación de los sicarios y a la vez una referencia para las páginas alucinadas de esta novela.
Niños sicarios son una triste y cruel realidad que es difícil de creer cuando se desconocen los motivos como la educación familiar y las carencias sociales.
Cruda realidad. Desconozco si es de verdad tan común (o llegó a ser) la violencia y la corrupción en Colombia. Da qué pensar, pues piensas que esa gente es común y corriente pero detrás tiene una trágica historia interesante. Muy buen libro.
Tenemos los ojos cansados de tanto ver, y los oídos de tanto oír, y el corazón de tanto odiar.
Aquí no hay inocentes, todos son culpables. Que la ignorancia, que la miseria, que hay que tratar de entender... Nada hay que entender. Si todo tiene explicación, todo tiene justificación y así acabamos alcahuetiando el delito.
Mientras en las comunas seguía lloviendo y sus calles, (yo) me estaba muriendo, rogándoles a los de la policlínica que le cosieran como pudieran, aunque fuera con hilo corriente, a mi pobre Colombia el corazón.