El relato de la tragedia de los Andes, donde el liderazgo y la capacidad de superación fueron decisivos. Si fuera ficción, resultarín inverosímil. Pero fue y es verdad, y todos los supervivientes hablan por primera vez desde aquel accidente de avión qu los encontró con alrededor de veinte años en los Andes, a cuatro mil metros de altura, sin abrigo ni comida. Ahora cada uno de los dieciséis recuerda en primera persona cómo fueron los setenta y dos días en la cordillera, cómo superaron esa situación extrema, cómo entendieron la muerte, qué significó el accidente y cómo influyó en su vida posterior. La historia más increíble jamás contada, una narración que cobmueve desde la primera línea: una vivencia extrema que pona a prueba las capacidades de liderazgo y superación. Un mosaico grandioso sobre el que se proyectan dieciséis maneras de superar lo insuperable.
La sociedad de la nieve, de Pablo Vierci. En este libro se reúnen los testimonios de los dieciséis sobrevivientes de la tragedia de los Andes y se va reconstruyendo el accidente desde los días previos hasta la actualidad, porque si en algo coinciden todos ellos es que parte de ellos aún se encuentra en la montaña. Y esto no es malo, pese a lo que podríamos pensar. Todos ellos han tenido muchos años para pensar en lo ocurrido y para muchos la montaña sigue siendo el desafío, el obstáculo a salvar día con día. Conocemos el accidente, sabemos desde siempre todos los detalles escabrosos. Hay películas y documentales y muchos libros donde intentan aproximarnos a esa experiencia. Pero tienen razón: es imposible que podamos comprenderlos, imaginar lo que vivieron y sintieron. El frío, el miedo, el dolor de ver morir a amigos, el hambre, el dolor de quienes estaban heridos, la impotencia... Estar allí cuando escucharon por radio que habían dejado de buscarlos, cuando al décimo día se dieron cuenta de que se morían si simplemente se quedaban esperando ayuda, porque nadie vendría, porque los mataba el hambre. Y deciden comer de los cuerpos, se comprometen no a sacrificarse si les toca morir, sino a ser parte de la salvación de quienes continúen con vida. Es muy conmovedor el encuentro de coincidencias, de temores, de premoniciones que muchos tuvieron antes de subir al avión, de todo lo que les tocó vivir la primera noche y cuando llegó el alud y murieron más. Las expediciones que realizaron antes de la definitiva, las setenta y dos noches, como dice Nando Parrado, que estuvieron allí luchando para no bajar los brazos, la vuelta a la sociedad, el encuentro con quienes amaban y los familiares de quienes no volvieron... El año pasado escuché a Roberto Canessa en la presentación de su libro (Tenía que sobrevivir) y la sensación que me produjo entonces y la que me dejó esta lectura es la misma: quizás ellos no sean héroes, porque no les gusta verse así, pero sin duda son hombres que han demostrado la grandeza de la que pueden ser capaces algunos ante lo terrible. Un libro conmovedor, iluminador.
Me gusto mucho este libro, las distintas miradas y maneras de atravesar la misma tragedia, las diferentes formas de afrontar la vida después de la montaña, como cada uno pudo. Un libro para tener a mano y releer, del que sacar fuerzas para atravesar nuestras propias montañas o alcanzar nuestras cimas.
Vienen a preguntarse como hicimos para sobrevivir, y se van con una respuesta tan simple que les sorprende: nunca perdimos el proyecto de escapar, siempre creímos con todas nuestras fuerzas que algo extraordinario era posible
(...) Cuando no hay ego, tu cuerpo y tu mente funcionan como un radar muy sensible, se absorbe más de los otros, más del entorno, de la naturaleza (...)
No busquen el revólver porque no está disponible. No hay balas para matarse, porque acá la única opción es la vida, pelear por la vida ignorando el resultado.
Nunca perdimos el proyecto de escapar, siempre creímos con todas nuestras fuerzas que algo extraordinario era posible. Más que anclarnos en los recuerdos, huimos hacia adelante.
Aprendí para siempre que cuando te sientes perdido en la inmensidad, es sólo un sentir.
Cuando nos íbamos, tras el rescate, el avión fué quedando chiquito. Dejaba ahí setenta y dos días de sufrimiento continuo en cuerpo, alma y mente, sin ningún minuto de paz, salvo cuando me moría. Y pensé que algo bueno me llevaba de allá, la paz que encontré debería encontrarla en la vida, y por momentos lo he logrado (José Luis Inciarte)