La voz que narra este relato, fluye infatigable de los labios de Mudito, como en un viaje desde el ser hacia la nada, elaborando un mundo destinado, por la maldición intrínseca de la existencia al deterioro, la pérdida o la confusión de cualquier identidad posible. Las viejas que pueblan la Casa de la encarnación de la Chimba y los monstruos de la Rinconada, ilustran cada matiz de la desesperación y cada uno de los ínfimos placeres cotidianos. Ésta es sin duda, la obra cumbre de José Donoso.
Yo no entiendo, Madre Benita, cómo usted puede seguir creyendo en un Dios mezquino que fabricó tan pocas máscaras, somos tantos los que nos quedamos recogiendo de aquí y de allá cualquier desperdicio con que disfrazarnos para tener la sensación de que somos alguien..."
Yo no entiendo, Madre Benita, cómo usted puede seguir creyendo en un Dios mezquino que fabricó tan pocas máscaras, somos tantos los que nos quedamos recogiendo de aquí y de allá cualquier desperdicio con que disfrazarnos para tener la sensación de que somos alguien...
Dicen que ya nada es como en los viejos tiempos. Sin embargo, esta casa se conserva igual, con la persistencia de las cosas inútiles.
Sí, papá, sí se puede, cómo no, se lo prometo, le juro que voy a ser alguien, que en vez de este triste rostro sin facciones de los Peñaloza voy a adquirir una máscara magnífica, un rostro grande, luminoso, sonriente, definido, que nadie deje de admirar.
Estoy solo en el centro de la tierra rodeado de paredes ciegas en este sótano que me comprime, rocas, ladrillos, tierra, huesos, cavo, cavando y rompiendo con las uñas y los dientes, el recuerdo de esa ventana mentirosa que habían colgado para que creyera que existía un afuera.