Retrato de una familia distinguida, apegada a tradiciones antiquísimas, nos muestra los conflictos que, de manera inevitable, surgen entre padres e hijos cuando las ideas occidentales penetran en los baluartes de la cultura china.. En esta magnífica obra se amalgaman así el interés temático y la precisa definición de los caracteres y los personajes...
Pearl S. Buck, escritora estadounidense premiada con el premio Nobel de Literatura en 1938, guionista, periodista y activista por los derechos humanos, pasó media vida en China, donde fue llevada por sus padres, misioneros presbiterianos, a los pocos meses de vida. Durante sus ochenta años de vida escribió ochenta y cinco libros de géneros variados (poesía, relato, teatro, guiones de cine, literatura infantil y juvenil, biografía y recetas de cocina). Sin embargo, destacó especialmente en el terreno de la novela. En todas ellas encontramos amables retratos de China y sus gentes. De su estudio de la novela china se nutrió una narrativa de estilo directo y sencillo y siempre preocupada por los valores fundamentales de la vida humana. Viento del este, viento del oeste es una de sus obras más reconocidas. Publicada en EE. UU. en 1930, está narrada en primera persona por la protagonista de la historia, Kwei-lan, una joven china de 17 años que asiste, aterrorizada, al choque de civilizaciones contrapuestas --la atrasada China oriental y los EE. UU. como paradigma de los nuevos vientos occidentales--, que amenaza con poner fin a su hasta entonces tranquila y parsimoniosa vida. Recién casada --prometida desde su nacimiento con un médico que, merced a su estancia en Occidente por razones de estudio, ha acogido numerosas formas de vida occidentales--, debe asimilar que la vida adulta quizás no se va a parecer en nada a aquello para lo que su madre la ha preparado. Su marido la trata de igual a igual, de tú a tú, algo totalmente contrapuesto a la educación tradicional china recibida por Kwei-lan. Y la joven cuenta las vicisitudes de su nueva vida a una persona a la que se dirige como mi hermana, aunque su identidad se desconoce por completo. La lucha interna de Kwei-lan entre sus valores primigenios y las novedades que en su vida (y, sobre todo, en su mente) va introduciendo su marido la llevarán a ir asimilando de forma progresiva las enseñanzas de su cónyuge, comenzando con la necesidad de quitarse las vendas de los pies y ponerse a caminar en la vida como una mujer que no es sirvienta de su marido sino su igual. Por si sus dudas en lo personal eran pocas, su preocupación crecerá cuando su hermano, como anteriormente su cuñado, afincado en EE. UU. para culminar sus estudios, anunciará su deseo primero y su decisión después de romper su compromiso con su prometida, una hija de la familia Li, para casarse con una joven estadounidense de nombre Mary a la que ha conocido en la universidad. Los venerados padres de Kwei-lan se opondrán a semejante aberración, lo que pondrá en jaque a toda la familia. Porque el hermano de la protagonista es el único hijo varón de sus padres, por lo que le corresponde ser el heredero de estos. Aspecto este que lo complica todo sobremanera. A este respecto, reflexiona la narradora así: Hemos aprendido, puesto que las Escrituras Santas nos lo enseñaron, que un hombre no debe nunca anteponer el cariño de su mujer al de sus padres. El que comete ese pecado ofende las tablillas de sus antepasados, ofende a los dioses. Pero, ¿se pueden oponer barreras al ímpetu del amor? El amor se impone, tanto si el corazón quiere, como si no... Finalmente, se dice a sí misma que el amor es una cosa terrible si su vena no se derrama, pura y libre, de corazón a corazón. Así, impotente ante la tensión en la que vive sumida su familia, decide que el amor debe vencer siempre. De todo lo anterior se deduce que no solo cobra importancia en la novela ese choque de civilizaciones entre Oriente (o viento del este) y Occidente (o viento del oeste), sino que también lo hace un enfrentamiento entre el viejo orden (la China tradicional y atrasada) y el nuevo (que amenaza con acabar con el anterior merced a la modernidad). Así, Liú, una amiga del marido de Kwei-lan, afirma lo siguiente: Días difíciles para los viejos. Entre los ancianos y los jóvenes ya no existe posibilidad alguna de comprensión; están separados, como un afilado cuchillo separa la rama del tronco. Y es que a veces hay cosas que ya no tienen arreglo. Los mundos de Kwei-lan y su familia cambian con la aparición en escena del marido de la joven y de Mary, esposa de su hermano, a la que todos conocen como la extranjera. El aislamiento anterior a estos hechos, con el consiguiente desconocimiento de cuanto ocurre fuera de su casa y de su país, se da de bruces con la realidad: hay otros mundos ahí afuera, y antes o después habrán de juntarse la sangre de los chinos y la de los bárbaros, que así es como se califica a los habitantes de tierras occidentales. Y la narradora cumple a la perfección con su misión: transmitir al lector la zozobra, la agonía de quien ve venir los cambios y no sabe cómo reaccionar ante ellos y ante sus iguales más poco propensos a que tal cosa suceda.
Uno de mis primeros libros. Te atrapa su historia. Enfrenta dos mundos, responder a la tradición o a tu corazón.
Está bien que no se crea en los dioses cuando nada turba nuestro espíritu; pero cuando el dolor cae en una casa, ¿a quién recurrir?”
Mi señor, ¿has visto el amanecer esta mañana? Se hubiera dicho que la tierra saltaba al encuentro del sol. Al principio, todo era oscuridad; luego surgió la luz como una nota musical. Mi señor, yo soy tu pobre tierra, que espera."
Es como la flor del naranjo silvestre, pura, y picante, pero sin fragancia.
Sufro viéndote sufrir así, pero piensa que esto que hacemos ahora no es tan sólo útil para nosotros, sino para los demás :es una protesta contra esa antigua y mala costumbre.
Nunca te impondré mi voluntad, puesto que no te considero una cosa mía, sino, más bien, una amiga… si es que quieres.