McEwan explora la ciencia ficción: ¿puede una máquina llegar a entender y juzgar la complejidad moral de las decisiones de un ser humano? Londres, años ochenta del siglo pasado. Pero un Londres distópico y alternativo, en el que la historia ha seguido algunos senderos diferentes. Por ejemplo, el Reino Unido ha perdido la Guerra de las Malvinas y el científico Alan Turing no se ha suicidado atormentado por las consecuencias del juicio al que fue sometido en los años cincuenta por su homosexualidad, sino que sigue vivo. No solo vivo, de hecho, sino plenamente activo, y dedicado al desarrollo de la inteligencia artificial, campo en el que ha conseguido un hito: la creación de los primeros seres humanos sintéticos, unos prototipos a los que da el nombre –según su sexo– de Adán y Eva. Charlie compra uno de los Adanes de la primera hornada, pensados para hacer compañía y ayudar en la casa, y con ayuda de su amante, la joven Miranda, lo programa a su gusto. Pero Miranda oculta un terrible secreto, y ese ser sintético prácticamente perfecto, sin las fisuras pero también sin los matices morales de los verdaderos humanos, acabará descubriéndolo. Y así, la peculiar relación triangular entre Charlie, Miranda y Adán derivará en una creciente tensión que obligará a los personajes a tomar decisiones difíciles y arrastrará al lector a plantearse dilemas morales tan incómodos como necesarios. Tras deslumbrarnos con esa suerte de revisitación del Hamlet shakespeariano narrada por un feto que era Cáscara de nuez, Ian McEwan afronta otra propuesta osada y ambiciosa, en la que se sirve de la ciencia ficción para lanzar algunas preguntas inquietantes: ¿qué es en definitiva lo que nos hace humanos? ¿Dónde están los límites éticos de la inteligencia artificial? ¿El fin justifica los medios? ¿Puede una máquina llegar a entender y juzgar la complejidad moral de las decisiones de un ser humano?
La confortable casa de mis padres la vendí en cuanto apareció en el mercado el primer humano artificial. Los robots, los androides, los replicantes eran mi pasión, y más aún después de la investigación que llevé para el libro".
De complexión compacta, hombros cuadrados, piel oscura y pelo negro tupido peinado hacia atrás; de cara estrecha, con un toque de nariz aguileña que sugería una aguerrida inteligencia, párpados caídos y meditabundos, labios apretados...
Pero no podía dejar que una máquina tuviera tal ascendiente sobre mí, que es lo que iba a suceder si le otorgaba el rol de confidente, consejero, oráculo en mis asuntos más intimos".
Pero mi situación tenía un matiz emocionante, no solo de engaño y descubrimiento, sino de originalidad, de precedencia moderna, de convertirme en el primer cornudo a quien se la había jugado un artefacto".
Pero el propio Alan Turing había dicho y escrito a menudo en su juventud que cuando no pudiéramos ver la diferencia de conducta entre máquinas y personas sería el momento de otorgar humanidad a las máquinas ".
Esa es la diferencia entre tú y yo, Charlie. Mis piezas se perfeccionaron o reemplazarán. Pero mi mente, mis recuerdos, mis experiencias, mi identidad y demás se archivarán como datos y se conservarán ".