El genio literario de Soseki transforma con su mirada creativa el paisaje de la gran ciudad y lo convierte en un mundo que fluctúa entre lo real y lo onírico.
¿Dónde está la sutil línea que separa la genialidad de la demencia? Si la hay es apenas perceptible. En esta breve pero intensa obra de Natsume Soseki lo onírico y lo real es fusible, forman una aleación perfecta, se intercambian. El lenguaje es prosaico con unos inmensos ribetes poéticos o simplemente es poesía prosaicamente descriptiva. ¿Qué más da? Lo importante en este caso es el resultado, y este no puede ser más hermoso. El autor no tiene que recurrir a extraños exotismos asiáticos, que por lejanos y desconocidos, siempre ejercen una indescriptible atracción en nosotros los que nos bañamos en otras aguas culturales. No. Toda la obra se desarrolla en Inglaterra, sus casas, sus calles, sus plazas, su gente, no nos son extrañas, impropias ni ajenas pero hay un nexo inexorable que es lo humano. Esta condición nos hace a todos iguales, independientemente de nuestra raza, sexo o modo de ver nuestro entorno.
De repente soy consciente de haberme ahogado en un mar humano. No tengo ni idea de lo ancho que es este mar.