ROMA

Dentro de unas semanas viajo a Roma y está vez sentí la necesidad de leer algo más que una guía de viajes. Me acordé del libro de Stendhal, "Paseos por Roma", pero su famoso síndrome me echaba para atrás...¿y si cuando vaya no sufro de palpitaciones? Seguí rebuscando y me acordé de Robert Hughes, ese crítico de arte del Times, enamorado de Goya, que tan bien escribió de Barcelona. Además, un tipo al que le permitieron estar tres días en la Capilla Sixtina, en el exquisito trabajo de restauración de los frescos de Miguel Ángel, a tres palmos del techo, que lloraba cuando tenía que ir a mear por perderse la paleta de colores que iba apareciendo tras el gris apelmazado por los siglos, merecía mi atención. El libro comienza con un prólogo del propio autor, en el que relata las emociones de su primer viaje a Roma. Es un pequeño paseo apasionante, que no quieres que acabe, y que se vertebra en torno al Campo de Fiore y la estatua de Giordano Bruno. Las cinco razones que expone sobre la importancia de esa plaza y de ese monumento definen a Roma. Y, oh sorpresa, arranca la lectura con más de doscientas páginas de la historia antigua de la cuidad, desde su fundación por Rómulo y Remo, pasando por Julio César, Augusto, el imperio tardío, Constantino y la Roma cristiana...hechos que todos más o menos conocemos, pero que son contados, más que narrados, con maestría, pues nada suena a repetido ¿Hacía falta esta clase de historia? Sí, y es la primera gran lección para el que viaje a Roma: imaginar, soñar, lo que la tierra esconde. Pero esto ha sido el antipasto. Ahora viene el plato fuerte de este banquete cultural: la Roma del Renacimiento y del Barroco. No sé cómo explicarlo, pero sé que he estado en la ciudad de la mano de Bramante, en su Tempietto en San Pietro in Montori; de la de Miguel Ángel, extasiado con su Piedad, con esa madre tan joven y ese Cristo que parece un niño muerto; de la de Bernini, comentando la cara orgásmica de su Santa Teresa...Si alguna vez habéis tenido la suerte de plantaros ante una obra de arte con un estudioso, pero sobre todo, amante de esa obra, y os la ha explicado con pasión, vais a querer quedaros a vivir en estas páginas. Luego, aunque el libro flojea un poco en la época del Neoclasicismo, nos acaba sirviendo un rico postre con los futuristas, Mussolini y la Roma de Fellini. Acaba el paseo. Entonces cierras el libro, percibes que todo lo que te rodea está insuflado de vida, miras la maleta y ya sabes que el aeropuerto te espera.