Calificar:

8,3

4 votos

Sinopsis de ROMA, UN DÍA HACE 2000 AÑOS

Olviden todo lo que creen saber. Olviden lo que vieron en series de Netflix o en películas épicas. Germán Moldes lleva al extremo su obsesivo amor por Roma para contar el siglo I de la era cristiana a la altura de la calle, junto al ciudadano que vivía, gozaba, penaba y moría en una ciudad monumental. La vida cotidiana de la Roma de hace dos mil años deja de lado a emperadores y batallas y hace foco en cuestiones acaso más prosaicas, pero sin duda mucho más divertidas, con alto potencial chismoso. ¿Cómo se bañaban los romanos? ¿Qué ropa interior usaban? ¿Qué comían y cómo se embriagaban? ¿Olían bien o mal? ¿Cuáles eran los límites del deseo?

2 reseñas sobre el libro ROMA, UN DÍA HACE 2000 AÑOS

Guiado por Huelminus, mi antepasado por parte de madre, tuve el privilegio de pasear por un día por las calles de Roma 2000 años atrás. El descubrimiento de una ventana para viajar en el tiempo me ha cambiado la vida. Primero, debo presentar a mi antepasado del que me siento orgulloso. Huelminus fue un esclavo liberto, que trabajó muchos años en Roma como copista de pergaminos. Luego, ya libre, acompañó a su antiguo amo Columela, que viajó a visitar a su tío en Gades y que fue un gran escritor agronómico hispano autor “De re rustica” (Los trabajos del campo) ​y “De arboribus” (Libro de los árboles). Allí Huelminus conoció a una mujer muy especial, descendiente de cartagineses sobrevivientes de las huestes de Escipión y se quedó a vivir en Gades. 1600 años después los genes de ambos pasaron a América, pero esa es otra historia. Volvamos a Roma. En el día de mi llegada se celebraban carreras de cuadrigas y para allá partimos, al Circo Máximo, en cuyas gradas había más de 100.000 personas. No estaba el Emperador, pero parece por los comentarios que a la gente le parecía bien, porque no había buena onda con él. Quedamos muy apretados en el sector en que la mayoría era de la barra del equipo veneta (azul) y hubo que apostar a los aurigas de esos colores, pero los aurigas de la veneta no estaban en su mejor día y dos de ellos se dieron vuelta con carro y todo al rozar contra la spina. Perdí 700 sestercios y tendré que explicar estas pérdidas a mi señora, llegado el momento. Transpirado entero por el calor, aunque esto de la túnica ayuda a refrescar, en los pórticos externos estuve vitrineando donde se amontonaban tiendas y negocios. Regateé por una ánfora preciosa, pero después me di cuenta que no la necesitaba y además ya me había quedado corto de sestercios. Por las tabernas y lupanaria pasé de largo. Juro que ni siquiera miré hacia los “fornices”. No se me da bien lo de los olores fuertes. Un hedor bestial emanaba de los asaderos ennegrecidos por el humo, y en cuanto a la paz de los oídos, los vendedores ambulantes anunciaban a grito pelado sus mercancías. Y mucho cuidado siempre con los pungas y carteristas que los había por todos lados. Huelminus quería llevarme después, a las luchas de gladiadores programadas en el Foro (todavía no estaba el Anfiteatro Flavio) pero no quise. Sí acepté ir por el prandium (almuerzo) en una taberna que se veía decente, en pleno centro, a pasos de un templo dedicado a una diosa, cuya escultura me recordaba a cierta actriz de una serie de Netflix. Tomé un vino caliente endulzado, el célebre muslum, compuesto por cuatro partes de vino y una de miel….mmhhh…no estaba mal, acompañado de pan, aceitunas, frutas, queso, y unas empanadas de anguila que eran muy populares. Naturalmente, llegó el momento de ir al excusado. Allí descubrí las letrinae, y para mi sorpresa eran de uso colectivo. Traté de relajarme ayudado por el hecho de que todo el mundo mientras estaba en sus afanes, también conversaba, discutía de las carreras del Circo, de tal o cual gladiador o de alguna nueva ley, incluso cultivaban la amistad y hacían negocios…en fin. Y luego de recorrer el Palatino y las murallas, contemplar acueductos, puentes, termas, ya por el lado de el Esquilino se empezó a poner el sol, así es que con mucho sentimiento, hube de despedirme de Huelminus, a quién no podía contarle de donde venía, salvo desearle que tuviera muy buena descendencia. Nos dimos un abrazo y me fui emocionado, cambiando la túnica y los calcei por el jean, la polera y las zapatillas. Pido perdón por haberme extendido, pero pensé que esta era la única forma de reseñar este libro. Porque me obligó a viajar. Y estoy cierto que a los amigos de la Historia y amantes de Roma les puede pasar lo mismo.


"Viajar en el tiempo" a la Roma del siglo I dc ( la de Augusto y Trajano) se hace posible, tangible y excitante con este libro del 2020. Son suficientes 210 págs. – en 18 pequeños pero intensos capítulos - para lograrlo y quedarse con las ganas de “seguir” paseando por las calles de esta ciudad monumental. Porque es un “paseo” por los barrios, por la moda ( peluqueros y cosmética incluidos), por sus comidas y sus lavaderos, por la vida y la muerte, por los juegos y los entretenimientos de los niños, por el Circo y sus carreras, etc. Muchas narraciones divertidas, otras para el asombro ( como la visita a los baños públicos – Thermae - y a los baños más modestos – Balneae -). El autor lo logra con una forma coloquial, descriptiva, amena y entretenida. “Chusmear” con curiosidad histórica la vida cotidiana de los habitantes romanos termina siendo muy aleccionador, porque mucho de lo que se cuenta está en la génesis de variadas cosas actuales. Tan vívido es lo que se describe, que la lectura termina siendo análoga a tener colocado un visor de realidad virtual. Esto es lo que valora y rescata Santiago Kovadloff en el prólogo, que pone este libro a la altura ( salvando las distancias ) de lo logrado por el italiano Carlo Ginzburg ( adalid de la “microhistoria”). Un libro que jerarquiza la cotidianeidad, como objeto de la historiografía y como fuente de comprensión. Una vez leí que “Las ciudades son libros que se leen con los pies”. Con este fantástico libro lo logras: sólo que leyendo sin caminar.


TAMBIÉN SE BUSCÓ EN HISTORIA, POLÍTICA Y CIENCIAS SOCIALES