Obra que imprime una estética, donde la belleza y lo sublime surgen de la realidad más trivial. En ella supera la retórica romántica y se abren las puertas a un arte compositivo que funda las bases de la renovación estética de las poéticas francesas de la segunda mitad del siglo XIX. Baudelaire, paradigma del artista moderno, describe la experiencia histórica como una desgarrada tensión entre el desencanto del Spleen y el inalcanzable Ideal poético, dos categorías capitales del sistema alegórico baudelairiano. Es sobre la imposibilidad de conciliar ambas dimensiones que se asienta el núcleo significativo de toda su obra, construida como una Divina Comedia que describe el París del Segundo Imperio. La introducción, la traducción y las notas de la presente edición biling ¼e han estado a cargo Américo Cristófalo, crítico, poeta y profesor de Literatura Europea del Siglo XIX en la Universidad de Buenos Aires, quien además de reponer la totalidad de los poemas que integraron las sucesivas ediciones, también ha incluido en un apéndice los proyectos de prólogo escritos por Baudelaire para una segunda y tercera edición de su obra.
Sé que el amante apasionado del bello estilo se expone al odio de las multitudes; mas ningún respeto humano, ningún falso pudor, ninguna coalición, ningún sufragio universal, podrán obligarme a hablar la jerga incomprensible de este siglo, ni a confundir la tinta con la virtud
Cuando, por un decreto de las potencias supremas, El Poeta aparece en este mundo hastiado, Su madre espantada y llena de blasfemias Crispa sus puños hacia Dios, que de ella se apiada: —"¡Ah! ¡no haber parido todo un nudo de víboras, Antes que amamantar esta irrisión!...
"La necedad, el error, el pecado, la tacañería, Ocupan nuestros espíritus y trabajan nuestros cuerpos, Y alimentamos nuestros amables remordimientos, Como los mendigos nutren su miseria."
El enamorado, jadeante, inclinado sobre su bella tiene el aspecto de un moribundo acariciando su tumba.
¡Eres un bello cielo de otoño, claro y rosa! Pero en mí, la tristeza asciende como el mar, y en su reflujo deja en mis cansados labios, el punzante recuerdo de sus limos amargos.