Verónica tarda, Verónica se demora inexplicablemente y el libro sigue hasta que ella regrese o hasta que Julián esté seguro de que ya no volverá. Hacia el final, Julián quiere escribir y no ser escrito, pero esperar es dejarse escribir: esperar es seguir una constante deriva de imágenes. Entonces la historia comienza mucho antes de esa noche última, tal vez una tarde de 1984, con la escena de un niño mirando televisión. Y termina con las inevitables conjeturas sobre la vida de Daniela, la hija de Verónica, a los veinte, a los veinticinco, a los treinta años, cuando ha pasado mucho tiempo desde que su padrastro le contaba historias sobre los árboles. ¿Por qué leer y escribir libros en un mundo a punto de quebrarse? Esta pregunta ronda cada página de La vida privada de los árboles, una novela que confirma a Alejandro Zambra como uno de los escritores más interesantes de las nuevas generaciones.
Una historia que se narra partir de escenas mínimas de situaciones comunes y corrientes relatando un tramo de la vida de un aspirante a escritor, quizás auto-referente, en una noche de espera trae recuerdos a su mente, pasando por el presente y las posibilidades nebulosas que ofrece el futuro. Es una historia breve, pero contundente; los personajes esconden bajo su prosa una profundidad única.
Mi madre cantaba,a cara descubierta, canciones con que otras mujeres,vestidas de negro velaban a sus muertos.
se ama para dejar de amar y se deja de amar para empezar a amar a otros, o para quedarse solos, por un rato o para siempre. Ése es el dogma. El único dogma.
Julián hubiera querido que Daniela lo recordara tras leer su libro. Pero no. La memoria no es ningún refugio. Solo queda un inconsistente balbuceo de nombres de calles que ya no existen.
Bajaron dos botellas de vino y terminaron arrebatándose frases grandes, que dilataban indefinidamente el presente."
Tendido en la cama de la pieza blanca, Julián enciende un cigarro, el último, el penúltimo, o acaso el primero de una noche larga, larguísima, fatalmente destinada a repasar los más y los menos de un pasado francamente brumoso. (I. Invernadero)