Da Vinci busca la caída ligera de un pie que se posa, el esqueleto silencioso de la carne, las coincidencias al caminar, todo el juego superficial del calor, y la frescura rozando la desnudez..., fundidos sobre un mecanismo. Y la cara, luminosa e iluminada, la mas particular de las cosas visibles, la más magnética, la mas difícil de mirar sin querer leerla, lo posee. En la memoria de cada uno, existen vagamente centenares de rostros y sus variaciones. En la de Leonardo estaban ordenados y las fisonomías se siguen unas a otras; de una ironía a la otra, de una sabiduría a otra menor, de una bondad a una divinidad, por simetría. Da Vinci hace decirlo todo, la máscara en la que se confunde una compleja arquitectura con distintos motores, debajo de una piel uniforme.