La obsesión creciente por fijar el pasado, y las tecnologías que la potencian, podrían convertir la operación vital del recuerdo de lo vivido en su más superficial simulacro. La humanidad industrializada está perdiendo la sensibilidad de la memoria a causa, precisamente, de su acumulación desmedida y de la orientación dominante de consignas tecnológicas y mercantiles. Sumarse a ellas supone el entreguismo absoluto de la voluntad y de la ética y, no hacerlo, implica la marginación respecto a los nuevos valores que prevalecen en un entorno simbólico cada vez más acelerado, simulado y precario.