El tema de la lectura está en el aire. Se habla mucho de las virtudes de los libros, se implantan programas de animación a la lectura, se buscan maneras de acercar a la gente a la biblioteca. Nadie niega que generalizar el gusto por los libros sería deseable, pero ¿se han encontrado vías efectivas? El autor de esta obra sostiene que imponer la lectura como materia obligatoria en las escuelas o no reconocer en ella más que un sentido práctico o instrumental resulta contraproducente, pues de ese modo se fomenta la idea de que leer es aburrido y, al asociarla con el deber, la lectura pierde los ingredientes de placer y libertad que tendrían que serle consustanciales. Lejos de seducir a posibles adeptos, se los está ahuyentando. Por otro lado, recriminar a quienes no leen fomenta posiciones moralizantes que tampoco ayudan: porque en realidad «los que no leen» sí leen, sólo que no leen lo que otros quieren, lo que otros dicen que deberían. En la grata compañía de diversos autores que han reflexionado sobre el asunto, Argüelles hace aquí una defensa apasionada de la libertad de leer y, al mismo tiempo, de la libertad de no leer.
Aquí se trata de examinar realmente qué significa el acto de leer, sin cortapisas o prejuicios. El autor muestra, con un gran aparato crítico, no solo cómo se ha tergiversado el hábito de la lectura sino cómo debería de verse para que se le considere como es: una acción libre y placentera. Muy buenas reflexiones que hacen del acto de leer una enorme aventura que seduce.
Un libro es portador de pensamientos, emociones, historia, rebeldías, prejuicios, necedades, etc, pero lo más importante es el lector, porque es quien le da vida realmente al libro