Cuando se comienza a realizar un mandala, toda la atención se pone en lo que se está haciendo, y la mente se aquieta naturalmente. Es una actividad que nos saca de las preocupaciones y que nos deja el espíritu liviano. Nos brinda una alegría inexplicable dejando poco espacio para cualquier actividad mental no placentera o extraña. Y nos permite vivir una maravillosa experiencia creadora.