Ningún nombre brilla tanto en los anales del arte y de la ciencia como el de Leonardo da Vinci. En vano se buscarán, en los muchos volúmenes a él consagrados, detalles sobre la génesis de sus pinturas, sobre el proceso por el que pasó cada una de ellas, desde los primeros croquis hasta la última pincelada. Vinci no alcanzaba la perfección más que al precio de una labor enorme: gracias al hecho de que sus esbozos fueron preparados con un esmero tan minucioso, con esa sed insaciable de perfección. El examen metódico de documentos, como los de los investigadores Richter, Charles Ravaisson-Mollien, Beltrami, Ludwig, Sabachnikof y Rouveryre, así como los generados por la academia romana de los "lincei", le ha permitido al autor penetrar más profundamente que sus predecesores en la intimidad del héroe.