Aunque los cambios habían sido muchos, nada se había alterado en sus recuerdos. Las imágenes antiguas y las recientes acudían, fluían y se iban mansamente, sin confundirse unas con otras. Agata sabía que hubiese podido reconstruir ese mapa con la misma precisión, aun después de haber recorrido el pueblo durante meses. Pero no era solo esta fidelidad de su memoria lo que encontraba. Pese a los contrastes, pese a los dos mundos bien diferenciados, había una señal que unificaba las geografías y el recuerdo de las geografías. Un color, una tonalidad, que emparentaban las cosas pasadas con las de ahora. Era una sombra que se proyectaba sobre el mapa y lo modificaba.