Llegó a la 9 de Julio y vio el Obelisco iluminado y los grandes carteles de publicidad en los edificios laterales.Hasta el fondo de la avenida era una masa de vehículos y cabezas que apenas se movían. Muchas camionetas y colectivos exhibían letreros con el nombre del barrio de donde provenían. Habían llegado desde todas las direcciones, oeste, sur, norte, para converger en esa plaza. Pablo giraba para mirar las caras alrededor y sentía que la ola que arrastraba a los demás lo envolvía también a él. Le hubiese sido fácil entregarse. En esa euforia todo perdía consistencia: identidad, voluntad, esperanzas, temores. Todo se diluía. Desde un parlante instalado en una columna, sonó atronadora la canción que decía: 'Veinticinco millones de argentinos jugaremos el Mundial'. Trató de imaginarse el espectáculo visto desde arriba, a vuelo de pájaro: la multitud festiva, con sus bocinas y sus trompetas. Se le antojó como una mascarada demente en el patio inmenso de una cárcel.