En el principio, ahí, mirando, en la terraza de un café al caer la tarde, hay una mujer que querría escribir un libro pero que no sabe ni cuándo ni cómo podrá escribirlo, y que ve cómo se desarrolla la historia de otra mujer, Emily L., quien a su vez escribe poemas de los que nunca habla. La mujer que quiere escribir un libro queda atrapada al vuelo en la historia de Emily L., que evoca en ella aquel baile con los oficiales de a bordo y el joven guardian de la isla de Wight, con quien pudo, tal vez, vivir un gran amor. La mujer que quiere escribir quizá no sepa que la historia de Emily L. es inventada. «A veces ocurre», dice la Duras, «que, de pronto, pase por ti una historia, sin escritor para escribirla, tan sólo visible. Nítida. (…) Es raro. Pero puede ocurrir. Es maravilloso cuando ocurre.»
Así era sobre todo desde hacía algunos años; cada noche de cada día, con aquella dulzura agonizante, aquella increíble delicadeza del continente inglés, ella pedía morir.
Una vez,él le había hablado del sufrimiento al que le lanzaban aquellas poesías porque no las comprendía.Ella debió de equivocarse respecto al sentido de su confesión.Le dijo,en efecto, que sí aquellas poesías le hacían sufrir,era que,sin duda,había empezado ya a comprenderlas
Hago caso de todo lo que dices, las cosas más falsas, tus mentiras. Creo en la totalidad de todo lo que expresas, en todas las palabras, en tus distracciones, en tus imbecilidades, incluso creo en tu sinceridad trascendental en medio de ese fárrago.
Tu sueño acudía siempre antes que el mío, dormías bien, lo que me tranquilizaba siempre, porque la noche te llevaba al olvido de aquella existencia que llevabas conmigo y deseabas abandonar.
Te miro. Me preguntas qué pasa, siempre un poco alerta cuando te miro. Te digo que no pasa nada, que te miraba por gusto. No sé si el amor es un sentimiento. A veces creo que amar es ver. Es verte.