EL BUSTO DEL EMPERADOR

JOSEPH ROTH

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Sinopsis de EL BUSTO DEL EMPERADOR

«Como todos los austríacos de aquella época, Morstin amaba lo permanente dentro de la constante transformación, lo usual dentro del cambio y lo conocido dentro de lo inusual. De este modo, lo extraño se le hacía familiar sin perder su color; y de este modo, la patria poseía la eterna magia del extranjero.» Escrito en 1935, este breve relato se ocupa de uno de los grandes temas de Joseph Roth: el derrumbe del imperio austro-húngaro tras la Primera Guerra Mundial y los estragos que la pérdida de una patria antigua?simbolizada aquí por el busto del Emperador?causó en la conciencia europea. La concisa y melancólica narración de Roth nos llega hoy cargada de actualidad, y acaba prefigurando cómo la creación de fronteras?geográficas, ideológicas, religiosas o culturales?desemboca en una reducción inquietante del horizonte humano.

1 reseñas sobre el libro EL BUSTO DEL EMPERADOR

Joseph Roth añoraba el antiguo imperio Austro-Húngaro. No por nada le dedicó su obra maestra y elegiaca La Marcha Radetzky. En este corto relato Roth vuelve sobre la nostalgia de un conde enloquecido que vive en el pasado de un imperio del cual no quedan ni las cenizas. Un imperio multirracial, multilingüe, multiforme y multicultural que tenía como gran centro político y cultural la ciudad de Viena. El Conde Franz Xaver Morstin —que actualmente reside en Polonia— le rinde homenaje al extinto emperador Francisco José construyéndole un busto en su honor y vistiendo el uniforme de los Dragones del antiguo imperio. Un gobernador polaco le ordena deshacerse del busto y el conde lo sepulta con honores en un gran ataúd. Una vez enterrado el busto del emperador el conde se muda a la Riviera francesa y escribe sus memorias de donde el narrador innominado de esta historia transcribe la amarga visión de un hombre anclado en el pasado: «He comprobado —escribe el Conde— que los inteligentes pueden volverse tontos; los sabios, estúpidos; los profetas, auténticos mentirosos; los amantes de la verdad, falsos. Ninguna virtud humana tiene permanencia en esta tierra fuera de una, única: la auténtica piedad. La fe no puede decepcionarnos, ya que no nos promete nada sobre la tierra. El verdadero creyente no nos decepciona porque no busca ventajas sobre la tierra. Aplicado a la vida de los pueblos, quiere decir que buscan inútilmente las llamadas virtudes nacionales, más dudosas que las individuales. Por eso odio naciones y estados nacionales. Mi antigua patria, la monarquía, era una gran casa con muchas puertas y habitaciones para muchos tipos de hombres. Se ha dividido la casa, separado, demolido. No tengo ya nada que buscar ahí. Estoy acostumbrado a vivir en una casa, no en cabinas». Pequeño relato que claramente pertenece a la fase ultra conservadora de Roth, pero que no le resta cierta bella y amarga añoranza hacia un modo de vida que nunca volverá.


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