DESVIACION

Somos víctimas de nuestras propias decisiones, eso lo pienso yo, pero estoy seguro que también lo piensa la autora Luce d Eramo, quien, en aras de poder comprender cómo funcionaban los campos de trabajo del régimen nazi; si era cierto aquello que escuchaba sobre las vulneraciones de los derechos de las personas que habían en éstos, decide internarse como voluntaria en uno de ellos, regalarse como trabajadora. Ella, una italiana hija de fascistas, quien contaba solamente con 18 años de edad, claramente no tenía la necesidad de hacerlo, fue su propio impulso, una necesidad que narra en forma reiterada, tal vez de ayuda hacia el prójimo, tal vez de curiosidad, o de poder constatar que ese régimen que era el defendido por su familia no era tan malo. La actitud con la que llegó al IG Farben, primero de los lugares en el que estuvo, así lo demuestra. El contenido de lo que llevaba en su mochila, así lo ratifica, pues las fotos de Hitler y Mussolini no hacían sino evidenciar que ella era una más de aquel régimen. Y qué podía estar haciendo una persona como ella en ese lugar: pues esa era la manera en la que era mirada por los demás, como una canalla, una espía, alguien que los delataría. Es una mirada bastante distinta a la que se nos presenta sobre los campos de concentración o exterminio de los nazis, porque, en forma autobiográfica, se cuenta la historia de alguien que quería estar, que buscó la forma para ser recluida, que trabajo, eso al principio, porque así lo quiso. Cómo puede afectar a una persona ser testigo del trato discriminatorio que se ofrece a los demás, dependiendo de su raza, de su sexo o nacionalidad? Pues a ella ciertamente la afectó. A los pocos meses ya no era la misma, la poca interacción que pudo tener con los franceses o con los rusos la hicieron ver otro mundo. Cuenta que, motivada por un nuevo impulso, decidió promover una huelga para que todos fueran tratados por igual, dejar de trabajar, escaparse si se podía. Pero los Alemanes no eran ningunos novatos, ya estaban preparados para eso y para cualquier otra ocurrencia que tuvieran esas personas a las que ya se trataba como esclavos. Y ese fue el principio de su ruina, al menos desde el punto de vista físico, porque su mente, su espíritu, que pudo constatar aquello que no quería ver, sí se sentía liberado. Fue enviada al campo de concentración de Dachau y, ahora sí, eso era otra cosa. Acá el trabajo era duro, arduo, para destrozar el cuerpo y el espíritu. Apenas llegó allí lo supo, por lo que tuvo que gestar en forma urgente la forma en la que escaparía. Se le ocurrió ofrecerse para limpiar los pozos en los que se depositaban los excrementos, toda vez que, pensó, esa sería la única forma en la que tendría acceso a distintos sectores y no sería vigilada. Cuenta la forma en la que logró escapar, cómo llegó a Maguncia, lugar en el que, al intentar rescatar a un grupo de personas, se le cayó un muro encima, causa de una parálisis de sus dos piernas y un problema de incontinencia que la acompañaría por siempre. Quizás ese fue el castigo más grande e injusto para alguien que solamente tenía curiosidad, pero es que somos víctimas de nuestras decisiones. El relato es desgarrador pero también motivacional. La fortaleza de la autora es de alabar. Cuenta el final de su vida, la forma en la cual le iban llegando recuerdos para escribir su autobiografía, las veces que se enamoró y la forma en la que compartió su vida con su hijo. Cuenta sobre su adición, pero no puedo juzgarla, es una berraca y, según dice, el dolor era tan grande que los medicamentos se le hacían necesarios. Es una historia distinta, eso es lo que más me ha gustado.