El Nuevo Testamento nos dice que hemos de dejar a un lado las pautas de comportamiento infantil y las actitudes que nos impiden alcanzar la madurez cristiana. Y es que, pese a que físicamente entramos en la edad adulta, muchas veces nuestros infantilismos no desaparecen totalmente y quedamos en una situación en la que somos como niños emocionales y espirituales.