La historia del arte durante la primera mitad del siglo XX puede contarse como una ininterrumpida sucesión de nuevos lenguajes plásticos, cada uno de ellos legitimado por su carácter de ruptura, ampliación o transformación del que le precede. Emancipado de la función de mímesis de la naturaleza, el arte se convirtió en una disciplina de carácter totalmente experimental que condujo a la imparable renovación de sus lenguajes y la inoculación de todo tipo de materiales a la obra artística. Desde las vanguardias el arte se concibe como un mundo autónomo que dicta sus propias leyes y sus criterios de validez. De la pincelada de Monet al gesto de Pollock narra la secuencialidad de esa continua transformación de los presupuestos del arte, trazando un camino que comienza en el postimpresionismo y concluye con el expresionismo abstracto americano, momento en el que la capitalidad artísitica se traslada de París a Nueva York.