Sin concesión escénica alguna, con el único acompañamiento de su guitarra y un contrabajista, Georges Brassens emocionaba a su público mediante el inquietante poder de la palabra en perfecta armonía con la textura de sus melodías. Artesano del lenguaje como pocos, sus composiciones están repletas de originales giros, una mirada poética que transforma los hechos más mundanos y alguna que otra palabrota que, el otro modo impasible grandullón, acompañaba siempre de una medio sonrisa de disculpa.