Sinopsis de ARTE E IRREFLEXION

En "Arte e irreflexión", el autor, en tono a menudo desenfadado, ejerce el papel de crítico de arte “que critica el sistema arte” asentado en la tradición reflexiva, causante de situaciones aberrantes, y culpable de la perpetuación de intereses modales capaces de ser ellos y los contrarios sin ninguna repugnancia. Frente a la reflexión (que convierte a todos los que se acercan al mundo de la cultura –y del arte- y viven de ella en “funcionarios de la Institución, y además, por exigencias del guión, les hace aparentar su rechazo a lo que apoyan, construyen y mantienen, ora sea blanco, ora sea negro) ve en la irreflexión la única salida del círculo vicioso de altas murallas y sólidos intereses. La irreflexión no es inconsciencia, ni propugna la involución; tampoco se atiene a lo políticamente correcto, “refugium peccatorum” de mentalidad puritana en tiempos rabiosamente laicos; y, por supuesto, no se arroga valor conceptual –el concepto es una invención para encerrar todo lo que se escapa- ni voz profética: la descripción del desastre no da derecho a convertirse en redentor, a lo sumo a proponer la búsqueda de lo auténticamente nuevo. Aunque niega que el arte haya muerto –porque no ha nacido, al menos tal como se quiere vender y se vende-, considera que cuando se es niño y se ve con ojos de niño, es posible la creación, por eso al final del texto escribe en mayúsculas VIVA EL ARTE, no el hecho, quizá ni el por hacer, sino aquel que no surja de la necesidad –que se agota y repite- y sí del deseo que se autogenera y siempre se manifiesta fresco y limpio.

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