Brend Willenbrock, un ingeniero de Berlín oriental, trabajaba en una de las tantas fábricas que sucumbieron a la reunificación. A finales de la década de 1990, el desempleo lo empuja a crear una pequeña empresa de compra y venta de coches de segunda mano, que florece rápidamente gracias sobre todo a unos sospechosos pero solventes clientes rusos, que compran en cantidad y pagan al contado.