Con una escritura deliberada y a la vez asombrosamente natural, que levanta personajes y mundos a partir de detalles mínimos, Francisco Cascallares logra hacer confluir los procedimientos del relato norteamericano contemporáneo y la gran tradición del cuento fantástico argentino, en otra vuelta de tuerca que prueba una vez más, por si fuera necesario, que el talento siempre logra fugar hacia adelante.