Sultana Roja es uno de los títulos más emblemáticos de Alberto Vázquez-Figueroa, que nos introduce en el tenebroso mundo del terrorismo y en sus pavorosas posibilidades de sembrar la destrucción en la realidad cotidiana. El padrastro de María rescató a su familia de la pobreza y le proporcionó una vida feliz y segura. Sin embargo, un salvaje atentado siega su vida absurdamente. Desde ese momento sólo una idea obsesionará a María: la venganza. Alberto Vázquez-Figueroa, periodista y corresponsal de guerra durante muchos años, ha publicado más de sesenta títulos, todos auténticos best sellers como Coltan, Kalashnikov, Centauros, El mar de jade y Hambre, publicados por Ediciones B.
Sultana roja, de Alberto Vázquez-Figueroa Una mujer cuya niñez fue dura, pero que por al menos un tiempo tuvo a un hombre que asumió el rol de padre y le enseñó que la vida podía ser diferente, feliz y amable. Sin embargo, esto duró poco y debido a un error en un atentado terrorista el muere, trayendo nuevamente el dolor y la miseria a la vida de ella y su familia. Este hecho marcó a la niña y endureció a la mujer en que se convirtió más adelante. Decide tomar la ley en sus manos y combatir a aquellos que propiciaron la muerte del único hombre que le había cuidado. Una novela entretenida pero poco creíble, si bien muestra aspectos interesantes de la “cultura terrorista”, no logra convencerte de la posibilidad de verosimilitud de la protagonista, al menos en una ficción paralela. Es una lástima, porque hasta ahora el autor no me había defraudado. Buena para pasar el rato, nada más. Leído en 2022
La mayor parte de los violentos lo único que pretenden es mantenerse en una marginalidad fuera de la cual siguen siendo una masa igual de amorfa que el resto de nuestra especie.
Que la sangre derramada por víctimas y verdugos acabe por mezclarse nunca proporciona nueva vida, sino tan solo nuevas muertes.
Buscar la libertad de los demás basándose en el principio de empezar por perder la propia, o deja de ser, a mi modo de ver, más que un monumental error.
Me estaba diciendo, desde donde quiera que se encontrase, que aceptar las cosas con buen humor y tal como venían, era la única forma lógica y sensata de enfrentarse a las contrariedades.