Aniceto Hevia, el protagonista de Hijo de ladrón, continúa en la presente novela su aprendizaje vital. Carente de un respaldo que le permita desarrollarse de un modo recto y ordenado, lo hará en medio de los barrios bajos de distintas ciudades, deambulando y vagabundeando.
Lo leí y es muy melancólico y algo depresivo, pero siempre hay un dejo de esperanza en el seguir viviendo, en no dejarse vencer. Les recomiendo leerlo en invierno con tiempo para disfrutar cada palabra. Es un libro que sirve para desarrollar la empatía y la tolerancia, pero sin caer en una idealización de la pobreza. Y donde lo mundano del sobrevivir, que por momento es casi agobiante, deja espacios para reflexiones sobre la razón de ser del hombre, la libertad y la justicia.
La ventolera no es extraña y sopla siempre, en cualquier momento, sin que los meteorólogos, civiles o militares, cuerdos o locos, puedan informar algo de ella; peor aún, puede soplar, inesperadamente, sobre ellos.
... hay ventoleras que son para un individuo o para un grupo, les hay también para un partido político o un gremio, una familia o una clase social: y cuando empieza nadie sabe cuándo ni cómo terminará; las hay grandes y chicas, cruentas e incruentas, superficiales o profundas.