No sabes, ya no te acuerdas, cómo sería aquel día de julio de tu partida. ¿Pintaría de grama azul el cielo? ¿Batiría el sol muy encendido los rastrojales? Raso o nublado no sería más que otro miércoles u otro jueves, alguna fiesta de guardar o un día más, otro más. Pudo ser un día de feria, de altavoces y reclamos, de ramilletes de globos de colores, de vuelcos de campanas, de un batallón de gastadores y una banda de música que toca el himno nacional. Pasada la mañana de fiesta, las gentes se recogen en sus casas a repasar rencores y cansancios, y los costados de las calles y los pechos de las casas se quedan desnudos, en la pura fábrica, abandonados en esas horas de solo silencio de las ciudades.