Nacida en Tánger, de padre gibraltareño y madre andaluza, rodeada de amigas hebreas sefarditas, Juanita es una solterona resentida en una ciudad cosmopolita y liberal, punto de encuentro de artistas y culturas, un entorno en vías de extinción. Bajo la personalidad estricta y rabiosa de Juanita, presa de una moral hostigadora con la que juzga a quienes la rodean, fluye un torrente de anhelos ocultos, la fascinación por el cine, la atracción que le provocan los hombres, la envidia y los celos que siente hacia su hermana, símbolo de todo aquello que es moderno y abierto, frente a la desolación y la irremediable soledad de su propia vida vacía.
Desde el primer momento, la voz única de Juanita Narboni te sumerge en la vida de Tánger de la época de protectora español. Un tema recurrente en la literatura actual que sin embargo aquí resulta fresco, apasionante y único. El trasfondo político importa poco comparado con las descacharrantes observaciones de la narradora, de sus pequeñas miserias y de su acelerada verborrea interior. Irrefrenable, divertida y arrolladora de principio a fin. Quisieras que la novela no acabara nunca, que Juanita te siguiera hablando al oído, que te relatara de nuevo sus aventuras. Todo el mundo debería leer esta novela y zambullirse en los pensamientos de un personaje quijotesco al que se adora y se detesta por igual, y del que se roban sus expresiones con pasión. No te quites el jaique, memloca. Seguramente, es la novela con la que más me he reído en mi vida. Una obra maestra incontestable.
No hay cosa que más me fastidie que me engañen. Y me están engañando siempre. ¿Qué explicación voy a dar en casa? La perra de mi hermana se reirá, como una bestia. Y mamá pensará que han intentado violarme. Bueno, mamá, me creerá. Pero lo que es papá... que es un ordinario.
Las malas lenguas dicen a espaldas de mamá que para meterle mano a las menores. Por eso me repugna tanto papá. A mi hermana, como buena zorra que es, le divierte la cosa. Yo la encuentro horrenda. Y algo de verdad tiene que haber en ello, pues cuando el río suena, agua lleva.
Hay que romper, romper cosas, romper con todo. «De tu Adolfo, con el cariño de siempre». Ni siquiera amor. Cariño. Para una vez que tuve un novio: maricón. Suerte la tuya, Juanita. Yo lo presentía, pero como una es tonta y se deja llevar...
¡Qué lástima que esta casa no tenga habitaciones en la parte de atrás! y todo por esa manía de no tener enfrente un cementerio, el cementerio judío. Sólo la cocina, el cuarto de baño y el trastero. A mí no me imponen los cementerios. Hay vivos que son peores que cien muertos.
Mercedes, la pobre, cada día ve menos y cuando entra en la iglesia, como no vaya muy agarradita de mi brazo, va dándose tropezones contra todos los bancos, que es una pena. Como que cuando llega tarde, no tenemos necesidad de volver la cabeza, porque ya sabemos que es ella.
No quieras saber que mamá se está muriendo. Cuando llegue el momento, harás la comedia. Lo que has hecho siempre. La harás mejor que nadie, y a mí, de dolor, no me saldrán ni las lágrimas. Tú quedarás bien, como nadie, y yo apareceré frente a los demás como la descastada.