La Teología Moral está, pues, ante una exigencia que no se puede satisfacer sin un trabajoso y paciente diálogo; tampoco el Magisterio puede sustituirlo con una decisión prefabricada. Necesita de la Teología y de su paciente trabajo. Pero en este irrenunciable empeño no se puede olvidar la luz permanente que procede del mensaje bíblico y que ilumina todo tiempo. Si se olvidara, la Teología no prestaría ya su servicio, y tampoco daría a la razón el apoyo que ella silenciosamente espera.