Un calor sofocante nos invadió a todos cuando el verano de mil novecientos ochenta y cinco llegó a mi ciudad. Me reencontré con León, en plena adolescencia, mientras contemplaba desde el balcón de su casa cómo un coche enloquecido atropellaba a nuestra madre. León no pudo hacer nada, salvo convertirse en un pez a favor de la corriente. Abandonó al niño que llevaba dentro y todo lo oculto quedó al descubierto. Buscó el amor verdadero en un triángulo y se encontró con el mundo de la droga mientras destruía a una generación perdida en la sabiduría. Un golpe directo en el rostro de un asesino le abrió las puertas de un gimnasio de boxeo. Y allí esperó, entre las cuerdas, la llegada del púgil más fuerte.