Horváth, sin patria pero con pueblo, reunía las condiciones para ejercer la crítica cultural a la que le impulsaba el "malestar en la cultura" que Freud había denunciado. Horváth hacía de las actitudes socialmente hipócritas de la clase pequeño-burguesa el objeto de su ácida crítica moral. El arquetipo de la Arcadia en que se habían convertido los Bosques de Viena en el siglo XIX es el irónico espacio donde habita una sociedad con graves deficiencias morales. Del mismo modo, adapta a la época convulsa de entreguerras el personaje-mito de Fígaro, inyectándole una significación trascendente con un nuevo tema, una nueva situación y un nuevo ropaje: emigración y revolución.