Está la piedra. Está la tinta habitada por la dureza mansa del saber y de la vergüenza, por la imaginación de los niños y la ternura memoriosa de los perros. Está la asfixia y la curación y el balbuceo de las estrellas sobre la rigidez de los tronos de dominio y amor. Están las cartas, los volúmenes con las negociaciones, los idiomas para decir sí y los dialectos para decir no. Está la grieta de este mundo que se abre hacia las simas del otro. Están los poemas como migas de pan cuyo rastro conduce a la muchacha que escribe versos como entra en la idea de la miel en los duraznos. Está este barco de papel hacia Litvinova. (Del prólogo de Juan Carlos Mestre.)