Este gran relato de la familia Ovitz compuesta por 7 enanos de 10 miembros, cuenta cómo fueron testigos de lo mejor y a su vez lo peor de la humanidad y de la terrible ironía del destino: ser enanos fue lo que hizo que sobrevivieran al holocausto. Antes de la segunda guerra eran simplemente una familia exitosa de artistas intérpretes populares en Europa Central, hasta que los Nazis los deportaron a Auschwitz en 1944.
El pelo negro como la noche de esa dama sin edad ni tiempo, parecida a una muñeca, está peinado hacia atrás con cuidado y sujeto con un lazo de terciopelo al estilo de las antiguas estrellas de Hollywood.
Han transcurrido cuarenta y cinco años desde que Perla Ovitz hizo su última venia, pero el escenario todavía la acompaña. En alguna época, cuando su familia todavía existía, ella amaba las luces: se bañaba incluso con ellas fuera del escenario, en casa.
En esa adormilada aldea rumana la antigua leyenda ha pasado de generación en generación. Cada agosto, los cerca de siete mil campesinos que viven allí celebran el festival de Roza Rozalina, y los niños interpretan la historia.
"Dios ha escuchado sus oraciones y les ha concedido un deseo", le dice el ángel, "pero deben escoger: pueden tener un hijo que no crecerá más que un guisante o una hija alta y saludable que los dejará a la edad de trece para convertirse al cristianismo".
Divertía a su audiencia con juegos de palabras y cancioncillas extraídas de las frases familiares del pensamiento talmúdico. Medía el ánimo de los invitados al matrimonio y le decía a la orquesta qué tonadas debía interpretar.