Stevenson logra la elección de la palabra justa, insustituible, el sentido de los colores y los sonidos, el detalle observado con exactitud, y cambia los excesos de sentimentalismo por el ejercicio de la sobriedad, el dominio y la verdad de la frase, de la sensación y del gesto.En este libro reunimos las tres historias incluidas bajo El club de los suicidas, que fue por primera vez publicado en entregas en el periódico London y recogido más tarde en Las nuevas noches árabes. En esta serie nos encontramos con dos personajes tan extravagantes como divertidos: el príncipe Florizel de Bohemia y su hombre de confianza, el coronel Geraldine. Ambos caballeros comparten una amistad (en medio de una época marcadamente victoriana) y un raro vicio: disfrazarse continuamente para interpretar diversos personajes e inmiscuirse libremente en variados círculos sociales, planteados en escenarios sombríos e inquietantemente descriptos, sin dar a conocer su verdadera identidad. De esta forma se enredan en aventuras en las que, bajo el riesgo de perder sus propias vidas, buscan justicia y terminar con las fechorías del presidente de este club tenebroso.Al final del libro, también se incluye el relato corto Markheim, obra en la que Stevenson narra un asesinato y la odisea de la conciencia del asesino por acallar las voces del infierno que lo obligan a seguir matando y encubrir su acto. En esta pieza corta aunque con una impresionante fuerza narrativa, se destaca el monólogo interior del protagonista en el que el bien y el mal luchan por desatarse de los convencionalismos, uno de los temas predilectos de Stevenson sobre el cual ensayó invariablemente en la mayoría de sus relatos.
He aprendido que las razones más frívolas para un suicidio acostumbran a ser las más firmes.
¡Que poca cosa es la existencia de un hombre cuando se lo pone fin, que cosa tan grande cuando sirve para algo! ¡ay!, ¿acaso hay algo en la vida que decepcione tanto como lograr lo que se quiere?
El bien y el mal son puras elucubraciones intelectuales; en la vida solo tiene un papel decisivo la fatalidad.