En el Ecuador no hay un segundo sin dolor. Duele ir en bus, duele caminar por una calle, duele respirar, duele la familia, duele un trámite bancario, duele viajar en avión, duele el salario, duele la corrupción, duelen las noticias, y duelen más ver los noticieros. Duelen las cuidades maltrechas y las atiborradas de malls, duelen la pobreza y la frustración. Duele, sobre todo, pensar en el futuro. Y no hay descanso del dolor. La cotidianidad en el Ecuador es ineludible. La mediocridad te persigue hasta en los momentos de ocio. No te puedes fugar de ella.