José Carlos consigue con un lenguaje sutil y llano encandilar desde el primer párrafo. Te atraviesa, te llega directo, no le faltan adjetivos ni riqueza en su vocabulario para recrear situaciones perfectamente comparables al “Disputado voto del señor Don Cayo” o a “Los santos inocentes” ambos del inigualable Miguel Delibes, o a la emotividad pendiente de un hilo que desprende Pío Baroja en su “El árbol de la ciencia”.