Vivimos inmersos en una sociedad hedonista que rinde un culto exagerado a la belleza y la juventud pero que, sin embargo, se sabe enferma, doliente y perdida. Sobrevolando esta feria de vanidades se hace necesario reivindicar el erotismo de lo cotidiano, el encanto de lo desordenado, de lo caótico y, también, de lo simple. Desenmascarar la belleza impostora, acariciar los bordes de la cicatriz, y una vez despojados de artificios, vernos tal y como somos y soñarnos tal y como queremos ser porque, si miramos bien, nada es lo que parece.