Una visión inquietante, una anciana asomada a la ventana con un gran osos de peluche, es capaz de disparar las peores pesadillas. Algo parecido ocurre en París, reconvertida en capital futurista del declive vital y erótico, cuando la justicia se administra por circuito cerrado, y muy diferente a las noches en los garitos de la frontera sur de México, semejantes a un corrido de siniestras corrupciones, sexo turbio y manejos políticos asesinos, donde cualquier tragedia puede sugerir en un jalón de tequila.