Dícen (la anécdota podría ser apócrifa y por lo tanto totalmenet verídica) que cuando Ezra Pound terminó de leer The Waste Land sintío un extrañamiento inaudito. Como ( es mi interpretación) si hubiera leído algo completamente nuevo. Algo así de poderoso experimenté al leer y releer este primer libro de poesía de Francisco Layna: sentí que había entrado en un estado de innovación del lenguaje difícil de catalogar con las mismas palabras de siempre.