Al que me corrige, le oigo y lo dejo descabezar; ríome mucho de ver cómo presume de consejero muy prepotente y gustoso con sus propias satisfacciones.
Al que me alaba, no se lo agradezco, porque si me alaba es porque le conviene a su modestia o su hipocresía, y a ellas puede pedir las gracias que yo no debo darle.