Se cuenta que en la aduana norteamericana y ante la pregunta del oficial de turno de si tenía algo que declarar, Wilde contestó sin inmutarse: Aparte de mi genio, nada. Es difícil imaginar que detrás de esta jovialidad y bonhomía, detrás del desenfado y el fino humor de los que Wilde hizo gala incluso en los momentos más duros de su existencia, se esconda en el fondo una gran tragedia humana.