Sinopsis de VIDA DEL DIVINO JULIO CESAR

Cayo Suetonio Tranquilo (c. 69-140 d. C.) nació cuando la dinastía de los Flavios subió al poder. En Roma, donde transcurrió gran parte de su vida, ejerció como secretario a sudies, a bibliothecis y al servicio de Trajano y secretario ab epistolae en la época de Adriano, cargo que le permitió el acceso a los archivos imperiales y la correspondencia entre César y Augusto, material que utilizó en sus Vidas de los doce Césares, su obra más conocida. Vida del divino Julio César es el primero de los ochos libros completos que componen esta obra, en la que se narran doce biografías según el método de la biografía erudita de los alejandrinos. Con la intención de informar y divertir sobre la conducta imperial, Suetonio recorrerá toda la vida de César, desde antes de su ascenso al poder hasta su muerte, pasando por su vida y sus costumbres. Subyace en esta obra el ideal del principado, por el que hay que propagar las virtudes de los emperadores y censurar sus defectos. «Nadie como Suetonio nos ha devuelto a la vida la Roma de los primeros emperadores ni nos ha proporcionado tantos detalles sobre la vida y la muerte de esos mismos emperadores» Antonio Ramírez de Verger

3 reseñas sobre el libro VIDA DEL DIVINO JULIO CESAR

Me cayó muy bien José Antonio Monge Marigorta, el filólogo encargado de hacer la introducción del libro. Quien comparó las vidas de Suetonio con chismes de barrio, o de palacios en ese entonces, que pensándolo bien, es justamente eso XD Esta es una biografía, de las más confiables que se tiene de Julio Cesar junto a la realizada por Plutarco y para mi grata sorpresa disfruté muchísimo con la lectura. El Julio Cesar de Suetonio me pareció una persona demasiado interesante. Por ser quien es, el autor habló mucho de política, explicando de manera clara y sencilla el ascenso al poder de este personaje, su papel en las guerras y demás, pero también habló de él como persona, su carisma, el trato que tenía con sus soldados, con sus esposas, incluso con sus amigos. Se menciona que se preocupaba demasiado por su incipiente calvicie y sus soldados se burlaban de él por eso, que era un perfeccionista de primera, amante de la suntuosidad y la elegancia, que cuando aún era pobre mandó a construir una casa y por no gustarle mínimos detalles la mandó a destruir quedando totalmente endeudado, me reí muchísimo con estos pasajes. Mi parte favorita fue cuando le dijeron que una mujer no podía gobernar, haciendo referencia a una supuesta relación homosexual que tuvo con el rey de Bitinia, Nicomedes, donde Julio Cesar respondió de una manera genial; pensándolo bien, todas sus salidas ante las acusaciones de sus ‘’enemigos’’ siempre me parecieron épicas. Una de las pocas críticas que el autor le hizo en el libro fue a su exceso de arrogancia y su fama de adultero ‘’marido de todas las mujeres y mujer de todos los maridos’’, aunque también se mencionó a las dos mujeres que amó más que a nadie, Cleopatra y Servilia, la madre de Bruto, algunos hasta han especulado que eran padre e hijo. En fin, disfruté mucho del libro. Me lo recomendó mi profesor hace ya un tiempo y ahora que finalmente lo he leído ya lo podremos comentar juntos jaja.


Es un libro revelador, que por el acceso del autor a fuentes primarias, tiene una gran carga de testimonio directo y por tanto de verosimilitud, deshaciendo muchos de los mitos que la literatura posterior construyó sobre la persona de Julio César


LXXXII. A todo esto, mientras se sentaba, le rodearon los conjurados, como si fuera una muestra de deferencia para con él. Al instante, Cimbro Tilio, que había asumido el papel protagonista, se le colocó al lado como para solicitarle algo y, al rechazarle César con la cabeza y hacerle gestos de que lo dejase para otro momento, le agarró la toga por ambos hombros. Al gritar César: «¡Esto es un ataque!», uno de los hermanos Casca, desde atrás, le hiere ligeramente en la parte inferior de la garganta. César, sujetando el brazo de Casca, se lo atravesó con el estilete y, cuando intentaba levantarse de un salto, se lo impidió otra puñalada. Cuando advirtió que desde todos lados le atacaban puñal en ristre, se cubrió la cabeza con la toga y, al mismo tiempo, con la mano izquierda se bajó hasta los pies los pliegues de ésta, para morir con más decoro, teniendo también cubierta la parte inferior del cuerpo. Y así, en esta postura, sin decir una sola palabra, cayó abatido por veintitrés puñaladas, profiriendo únicamente un gemido en el primer golpe, aunque algunos aseguran que, al abalanzarse sobre él Marco Bruto, le dijo: «¡¿Tú también, hijo mío?!». Entonces, después de huir todos los presentes, permaneció exánime en el suelo durante un buen rato, hasta que tres esclavos suyos lo colocaron en una litera y, con un brazo colgando, lo llevaron a su casa. Y, entre tantas heridas, según opinaba el médico Antistio, no se encontró ninguna que fuera mortal, a no ser la segunda, que había recibido en el pecho. La intención de los conjurados había sido arrojar al Tíber el cuerpo de César muerto, confiscar sus bienes y derogar sus decretos, pero renunciaron a ello por temor al cónsul Marco Antonio y a Lépido, jefe de la caballería.


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