Sinopsis de VIDA DE LA PINTURA

El oficio del aficionado a la pintura, según se dice en esta especie de libro, es "el oficio de vivir". Por eso la pintura puede ser una de las artes de la afición a la vida. Y de eso se trata precisamente aquí: de la diferencia entre una Historia o una Teoría y una VIDA DE LA PINTURA. Porque una pintura viva no trasluce, como lo hace una obra de arte histórico -y, del arte meramente histórico, el vanguardismo progresivo viene a ser su exacerbación- su condición de obra mejorable, progresivamente mejorable en la sucesión de las novedades expresivas. Lo suyo es consistir en algo sencillamente bueno, con el tipo de bondad firme y definitiva de una criatura. Y todo porque la pintura no arrancó de un relativismo escéptico de avances sucesivos, sino de una credulidad. El aficionado cree en la pintura; y sabe que, cuando él llegó al mundo, la pintura ya existía. Pero el mundo es, sin embargo, un mundo de lenguaje, y al lenguaje debe el aficionado acudir cuando quiera dar razón de sus afectos. Pero ese recorrido, de la afición a la reflexión, no puede ser andado a la inversa, o sea, de la reflexión (y ése es el pecado de los profesionales de la Historia, de la Filosofía o de la Sociología) al afecto. Esos otros caminos no parecen tener en cuenta que una pintura, como criatura que es, consiste en algo distinto de nosotros; que no es un espejo en el que nos podamos mirar, sino algo que nos mira, que nos hace responsables de lo que vemos, que nos muestra el vacío inmenso que somos y nos pide que le demos en él albergue y abrigo.

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