Un diario puede ser un instrumento de la memoria para, de alguna forma, no morir del todo, pero también puede ser o se puede convertir en lo que Teresa de Ávila denominaba con gracia "desaguadero"; aquel secreto albañal en el que todo cristiano va vertiendo sus miserias cotidianas. A veces se transforma en una impostura donde un personaje, encontrado en cualquier playa desierta, en cualquier arrabal, habla por uno con palabras e historias ajenas que muy bien pueden servirnos de espejo.