El día de su cincuenta y ocho cumpleaños, el comisario Salvo Montalbano tiene un altercado en la autopista con un conductor imprudente, un joven que resultará ser el hijo del presidente provincial. Esa misma noche se produce un extraño robo en un supermercado controlado por la familia Cuffaro, una de las más notorias de la mafia local. Cuando Guido Nicotra, el director del establecimiento, se suicida tras el durísimo interrogatorio al que lo someten Montalbano y Mimí Augello, que lo acusan de haber amañado el robo, la opinión pública pondrá al comisario y a sus hombres contra las cuerdas. Pero las cosas se complican aún más cuando la jovencísima prometida de Giovanni Strangio, el conductor temerario, aparece salvajemente acuchillada en casa de éste. Los obstáculos, uno tras otro, se suceden en las investigaciones, y Montalbano se verá envuelto en una doble trama en la que el crimen organizado y la política parecen estar dándose la mano por debajo de la mesa. Nicotra, por supuesto, no se suicidó, y para descubrir el secreto que se llevó a la tumba, Salvo decide actuar por su cuenta y tirar de todos los cabos sueltos que tiene al alcance de su intuición. Una vez más, las dos investigaciones se entrecruzarán y la incómoda verdad pondrá al descubierto una nueva sima de la avaricia humana. En esta nueva aventura, compleja, siniestra y fascinante a un tiempo, el comisario Montalbano se muestra más escéptico e irreverente que nunca, y no duda en tomar carreteras secundarias para seguir su instinto infalible hasta el final. Vigàta y Montalbano son siempre los mismos pero, en cierto modo, crecen y se transforman con cada nuevo caso.
Infaliblemente Camilleri siempre me arranca una silenciosa carcajada, a veces no tan silenciosa. Me sostiene la intriga hasta el final y con este me sorprende siempre. En este capítulo tiene que lidiar con cuatro o cinco toros a cual mas astado, más fuerte, más incansable. El comisario tiene una intuición infalible, a pesar de que los años no dejan de mermarla, suavizarla y va perdiendo progresivamente agudeza, pero a la vez se va perfilando y acrecentando. El paso del tiempo resta y suma irremediablemente, con cansina regularidad e inexorabilidad. Como siempre, Camilleri me sirve de aperitivo, para estimular el apetito y a la vez de digestivo para hacer más llevaderas las pesadas ingestiones de lecturas menos ligeras.
En esta nueva aventura, compleja, siniestra y fascinante a un tiempo, el comisario Montalbano se muestra más escéptico e irreverente que nunca, y no duda en tomar carreteras secundarias para seguir su instinto infalible hasta el final. Vigàta y Montalbano son siempre los mismos pero, en cierto modo, crecen y se transforman con cada nuevo caso.