Sólo los grandes maestros como Bioy Casares dominan con maestría el arte de contar historias sencillas, propias de la pequeña odisea cotidiana del ser humano, que, no obstante, sin que el lector perciba exactamente cuándo ni cómo, lo precipitan en una atmósfera de inaprensible extrañeza o enajenación, a veces inquietante, como en «Un encuentro en Rauch», a veces atroz, como en «Margarita o El poder de la farmacopea», y a veces delirante, como en «A propósito de un olor» o en «Bajo el agua». En estos casos, como en «Una muñeca rusa», es lo grotesco lo que vuelca insidiosamente la realidad ; y, en otrosaún, como en «Catón», la amarga ironía de las contradicciones entre el arte y la política es la que nos compromete en una reflexión turbadora. De la risa incontenible al desasosiego, Bioy Casares nos conduce hacia ese asombroso lugar fronterizo entre lo real y lo fantástico en el que la ficción, todopoderosa, nos envuelve completamente.
La vida es una partida de ajedrez y nunca sabe uno a ciencia cierta cuándo está ganando o perdiendo.
El amor que ella le expresaba en palabras y en hechos, paulatinamente convenció a Maceira, «un viejo zorro incrédulo», de que se encaminaban al casamiento
Mi único temor, es claro, era que la boda no llegara a tiempo. Quiero decir, antes de que se me acabaran los francos.
—Una mujer que te echa el ojo, no quiere encontrar motivos para soltarte. —Hombre de suerte —dije. —Más de lo que te imaginás.
La vida es una partida de ajedrez y nunca sabe uno a ciencia cierta cuándo está ganando ganando o perdiendo.